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Roma, 13 de febrero de 2014
La educación católica es uno de los desafíos más importantes de la Iglesia, dedicada hoy en realizar la nueva evangelización en un contexto histórico y cultural en constante transformación. Desde esta perspectiva, deseo que prestéis atención a los siguientes aspectos.
El primer aspecto se refiere al valor del diálogo en la educación. Habéis desarrollado recientemente el tema de la educación en el diálogo intercultural en la escuela católica, con la publicación de un documento específico. En efecto, las escuelas y las universidades católicas son frecuentadas por muchos alumnos no cristianos e incluso no creyentes. Las instituciones educativas católicas ofrecen a todos una propuesta educativa que mira al desarrollo integral de la persona y responde al derecho de todos a tener acceso al saber y al conocimiento. Pero de igual modo están llamadas a ofrecer a todos, con pleno respeto de la libertad de cada uno y de los métodos propios del ambiente escolástico, la propuesta cristiana, es decir, a Jesucristo como sentido de la vida, del cosmos y de la historia.
Jesús comenzó a anunciar la buena nueva en la «Galilea de las gentes», encrucijada de personas de diferentes razas, culturas y religiones. Este contexto se parece por ciertos aspectos al mundo de hoy. Los profundos cambios que han llevado a la difusión cada vez más amplia de sociedades multiculturales exigen a quienes trabajan en el sector escolar y universitario implicarse en itinerarios educativos de confrontación y diálogo, con una fidelidad valiente e innovadora que conjugue la identidad católica con las distintas «almas» de la sociedad multicultural. Pienso con aprecio en la contribución que ofrecen los institutos religiosos y las demás instituciones eclesiales mediante la fundación y la gestión de escuelas católicas en contextos de acentuado pluralismo cultural y religioso.
El segundo aspecto concierne a la preparación cualificada de los formadores. No se puede improvisar. Debemos trabajar seriamente. En el encuentro que mantuve con los superiores generales, destaqué que hoy la educación se dirige a una generación que cambia y, por tanto, todo educador —y toda la Iglesia que es madre educadora— está llamado a cambiar, en el sentido de saber comunicarse con los jóvenes que tiene delante.
Quiero limitarme a recordar los rasgos de la figura del educador y de su tarea específica. Educar es un acto de amor, es dar vida. Y el amor es exigente, pide utilizar los mejores recursos, despertar la pasión y ponerse en camino con paciencia junto a los jóvenes. En las escuelas católicas el educador debe ser, ante todo, muy competente, cualificado y, al mismo tiempo, rico en humanidad, capaz de estar en medio de los jóvenes con estilo pedagógico para promover su crecimiento humano y espiritual. Los jóvenes tienen necesidad de calidad en la enseñanza y, a la vez, de valores, no sólo enunciados sino también testimoniados. La coherencia es un factor indispensable en la educación de los jóvenes. Coherencia. No se puede hacer crecer, no se puede educar sin coherencia: coherencia, testimonio.
Por eso el educador necesita, él mismo, una formación permanente. Es imprescindible, pues, invertir para que los profesores y los directivos mantengan su profesionalidad y también su fe y la fuerza de sus motivaciones espirituales. Y también en esta formación permanente me permito sugerir la necesidad de retiros y ejercicios espirituales para los educadores. Es hermoso organizar cursos sobre este o aquel tema, pero también es necesario organizar tandas de ejercicios espirituales, retiros, para rezar. Porque la coherencia es un esfuerzo, pero, sobre todo, es un don y una gracia. Y debemos pedirla.
Resumen de Radio Vaticano
Discurso completo
Amo la escuela porque es sinónimo de apertura a la realidad (...) los maestros son los primeros que deben permanecer abiertos a la realidad (...) porque si un maestro no está abierto a aprender, no es un buen maestro, ni es tampoco interesante; los chicos lo entienden, tienen “olfato", y se ven atraídos por los profesores que tienen un pensamiento abierto, "incompleto", que buscan “algo más", y así contagian esta actitud a los estudiantes. Este es uno de los motivos por el que amo la escuela.
El proyecto surgió como resultado de una serie de actividades realizadas en un colegio español para ayudar a los más pequeños en su encuentro con Jesús. A rezar, como a casi todo, se aprende.
“Se me ocurrió observando cómo las niñas entraban en el oratorio y no sabían que hacer. Me sentí un poco frustrada, pues como profesora me di cuenta que enseñaba oraciones, doctrina… Pero que no estaba consiguiendo lo que considero más importante, ¡hacerlo vida!”, recuerda la creradora del proyecto.
Las palabras de la Madre Teresa “Yo soy un lápiz en las manos de Dios. Un trozo de lápiz con el cual Él escribe lo que quiere”, encajaba perfectamente con la idea...
Accede al proyecto aquí.
Para realizar los Talleres con certificación del Consejo Católico para la Educación y reconocimiento de la Red Provincial de Formación Docente Contínua solicitar información a la respectiva Junta de Educación Católica